
Hay momentos en los que el mundo entero parece empujarte a olvidar.
A encajar. A callar tu verdad. A traicionar lo que eres para ser aceptado, aprobado, aplaudido.
Pero no viniste a eso.
Viniste a sostenerte, incluso cuando todo lo demás cambie.
A recordar quién eres, incluso cuando la vida te ponga a prueba.
Porque el verdadero poder no está en gritar más fuerte.
Está en no olvidarte de ti, incluso cuando todos te miren y esperen que lo hagas.
Y sí, podrías dominarlo todo. Podrías arrasar.
Pero eliges no hacerlo.
Porque quien tiene poder y decide no usarlo… ya se ha conquistado a sí mismo.
Eso es peligroso. Eso es imparable.
Eso es libertad.
Ya no buscas aplausos.
Los necesitas tanto como necesitas una máscara: para nada.
El ego quiere escenario. Tu alma quiere propósito.
Y el dolor… ese viejo maestro…
Podrías haberlo usado para destruir. Para endurecerte.
Pero elegiste no convertirlo en arma.
Lo convertiste en compasión. En fuego sagrado.
Eso no lo hacen los dioses. Lo hace quien decide ser humano, con coraje.
Mientras el ruido busca atención, tú eliges presencia.
Mientras otros se desesperan por ser vistos, tú esperas. Observas. Sabes cuándo actuar.
Porque la paciencia del despierto vale más que la velocidad del dormido.
Y aunque intentaron moldearte… aunque el sistema quiso hacerte olvidar,
algo dentro de ti resistió.
Una llama. Un recuerdo. Un pulso que grita: “no te traiciones”.
Porque perderte a ti mismo… es peor que perder cualquier guerra.
Y no, el poder no te cambió.
Solo mostró lo que ya estaba dentro.
Y a veces, ese silencio tuyo…
ese silencio que nadie entiende…
es el grito más fuerte que has dado jamás.
Así que mírate ahora.
Mira el camino.
Mira quién eras. Mira quién estás eligiendo ser.
Y pregúntate, de verdad:
Si tuvieras todo el poder, ¿Qué harías?
Escrito por Sandra Montoya.
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